domingo, 17 de enero de 2010

Espacios Abiertos



¿Todos vemos lo mismo en el reflejo del agua de un lago, o escuchamos la misma voz en el oleaje del mar? Si las olas o el agua cristalina son invariables para cualquier ojo u oído, ¿por qué cada uno ve algo diferente y oye un susurro distinto? Por lo mismo que las nubes son rojas para algunos y para otros anuncian lluvia. Por lo que un quieto lago salino es para unos una charca y otros ven un espejo en el que se mira el cielo para componer cuadros con las nubes. Tal vez sólo uno pueda ver el orgullo de un ciervo en un bosque de sombras. O una sinfonía de grises derramados en las cimas de una cadena montañosa. Una forma de música congelada.

¿Se puede captar el alma de un lugar a través de una fotografía? Y si se puede ¿qué debe atrapar de su alma? ¿Dónde se esconde el alma del Mar Menor? ¿En su horizonte de orilla recortada al atardecer, como aquellos antiguos croquis escolares, con sus luminarias reflejadas en el contorno de la laguna como si fuese un gran transatlántico eternamente anclado? ¿Se esconde en el eco del bullicio en la costa, con sus contradicciones y sus estridencias? ¿Puede que en sus orillas más silenciosas, donde la nariz pica por el salitre y las redes de los pescadores se acurrucan en ovillos al atardecer? Será tal vez en uno de sus balnearios de madera que sueñan con ser barcos pero temen el momento de zarpar. Quizá cuando los pueblos marineros ya duermen y se escucha la respiración pausada del Mar Menor, como un viejo animal cansado. Alguien ve su alma, en un descuido de la gran laguna salada, y la atrapa para descubrir sus secretos, sus mil caras.

Siempre cambia. Por momentos habla de soledad y al poco se inflama con plumajes de colores. Puede que todas sus almas estén, todas juntas, en el paisaje interno del autor, que atrapa esta cara dócil y somnolienta del mar, capaz también de prontos salvajes y espuma de olas en otras orillas rocosas.... Leer más

Alexia Salas

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