domingo, 24 de octubre de 2010

La Isla


En el Mar Menor la luz tiene ese matiz cegador de cielos remotos y diáfanos que solo se ven en los confines del planeta. El cielo, a su vez, es una caja de vientos, vientos bonancibles y somnolientos. Vientos húmedos cargados de añoranzas grises cuando soplan de Levante y arrancan pequeños remolinos blancos al oleaje. Vientos dorados, de tarde plomiza de agosto, de calígine bochornosa que cubre la laguna con un sopor cansino cuando suspiran de leveche. Vientos que ralentizan el tiempo y zarandean los recuerdos de los habitantes de esta laguna salada, que más que un mar chico es un espejo de frontera, donde se mestizan atardeceres de almagre, siestas de silencios, tardes de invernal melancolía, baños de azul luminoso, noches de azahar y romero.